14 ago 2015

El letargo de Ángela

Ángela ya no vive, existe. Ángela tiene hematomas que le cubren todo el cuerpo por cada golpe vital recibido. Pero ya no los sufre, no se inmuta, ni tan siquiera al hundir sus dedos en ellos.

Ángela decía que ya había pasado por eso antes. Que ya lo vivió. Que ya experimentó  y disfrutó de todas esas emociones fuertes. Que no viviría nada igual de nuevo. Que ya era mayor y que se convirtió en adulta. Que soñar era cosa de jóvenes y que el tiempo dejaba cicatrices. Su proyecto de futuro, inexistente, su pasado en el olvido, y su presente, monótono y tedioso. 

Ángela carece de pasión alguna, causa de su existencia, ausente de toda vivencia. Las hojas de su calendario siguen cayendo de la misma manera, día tras día, amontonándose sobre el suelo.

Ángela olvidó lo que era el amor y cómo practicarlo. No se emociona, porque cree que ya es demasiado tarde. Hace tiempo que perdió el juicio, y sólo fugazmente recuerda aquella persona que fue en su juventud, cuando aún se permitía el lujo de entregarse. Por aquel entonces aceptaba que el color no existe sin tonos grisáceos, y que si existiera, al menos no brillaría tanto. Y agradecía cada lágrima como muestra de un disfrute pasado que ahora anhelaba.

Hay días en que Ángela recoge las páginas que cayeron del calendario para recolocarlas en el mismo. Sirviéndose de una silla, logra alcanzar el reloj ubicado sobre él, y retrocede tantas horas como días ha reencontrado en el almanaque. En esos días se viste de verano, sin importar que llueva, nieve o truene. Se pone su vestido amarillo aun creyendo que le hace parecer gorda. Se sitúa frente al espejo, se maquilla mientras canta a toda voz, con su gato y su perra como espectadores ante tal maravilloso espectáculo. Finalmente se sonríe ante la imagen que ha creado de sí misma.

Decide salir  descalza sin cerrar la puerta a su paso, con sus mascotas al acecho de sus huellas. No lleva llaves consigo, con la emoción de no saber si volverá a ese vida plana. Al llegar a la calle, se encuentra con cabezas giradas a su paso, que no pueden ignorar tal torrente de energía. Camina decidida hasta que tropieza con una baldosa del acerado. Al caer, el amarillo de su vestido queda manchado. Ángela se maldice y se culpa por haber sido tan osada. Por olvidar que ya era adulta, y que se acabó aquello de sentir y emocionarse. Cuando se decidió a dar la vuelta, regresó a la llanura de la insustancialidad en la que se sentía tan agusto.

Ángela ronda los 30, los 40, los 50... El reloj seguirá avanzando mientras su alienada vida sigue sin formar parte de nada. Las hojas del calendario seguirán cayendo hasta que, finalmente, tropiece con una baldosa en la que quizás se encuentre. Para así descubrir que la juventud es un estado de ánimo y poco tiene que ver con las arrugas, las mates y los números.

 ***Con la colaboración de un 10.00% de Teresa de los Reyes