9 jun 2013

Déjà-vu 2014

La última vez que me senté a escribir en fue en Nochebuena de 2012. Bueno no es cierto, matizo. La última vez que escribí alguna chorrada variopinta por el placer de escribirla más allá de las infinitas e inútiles cartas de motivación exigidas por tantas otras empresas fue en Nochebuena de 2012. 

Mi caligrafía sigue siendo igual de horrible y las líneas que escribo casi pueden verse paralelas con mucho esfuerzo. Aprieto el puño izquierdo con el que golpeo la mesa una, dos, tres veces. El derecho sostiene firmemente el lápiz, preparado para escribir. Cierro los ojos en un ejercicio de reminiscencia para tratar de describir mis sensaciones al ver la graduación de la promoción 2011-2012 en Cranfield University y así intentar explicar cómo me trasladé en el tiempo sin moverme físicamente de aquel bar mal denominado CSA (Cranfield Student’s Association).

En este déjà-vu me veía a mí mismo en tercera persona, como espectador en mi propia fantasía, de pie sobre esa misma moqueta (que seguramente no habrán limpiado tampoco para entonces), en ese mismo bar-cafetería-discoteca-restaurante un año más tarde, absorto, contemplando la máquina de chocolatinas de turno e intentando decidirme por comprar unos Maltesers o unos M&M’s.

Un sinfín de sensaciones me abordaron entonces, como miles de flashes en una milésima de segundo, instantáneas de buenos momento vividos, de todas esas caras conocidas y de aquellas que me habría gustado conocer un poco más. Comencé a caminar hacia dentro del bar desde la entrada, y no reconocí a ninguno de esos estudiantes del pasado año (que en mi déjà-vu serían las caras de los estudiantes del año 2013-2014). Me movía a cámara lenta por el bar, les veía mover los labios, pero sólo oía su silencio. Podía leer todas esas conversaciones sobre el año que llevaban separados, sus nuevos trabajos, sus nuevos hogares y amigos, sus nuevas ambiciones. Me imaginé a mí mismo hablando con mis actuales compañeros sobre nuestro presente (nuestro futuro a día de hoy), riendo, cuchicheando y cotilleando cuales marujas sobre todas aquellas historias de las que no nos percatamos en el año anterior.

Me sorprendí cerrando los ojos, saboreando lo inusual de esa situación. Y progresivamente, el tiempo volvió  a correr a la misma velocidad al mismo paso que el sonido volvía hacerse perceptible a mis oídos. Como si nada hubiese ocurrido y todo fuese producto de mi imaginación. Los allí presentes volvieron a hablar en ese idioma que había descubierto esa nueva faceta británica en mí a la que tanto recurro desde mi llegada a la pérfida Albión: la sonrisa educada. 

Me moví buscando alguna cara conocida con la que volver a sentirme parte de aquel todo, y no un forastero más, pero seguía sintiéndome fuera de lugar. Como si al rompecabezas sólo le fallara una pieza y esa pieza fuera yo.  Tras permanecer un tiempo en esa sala llena de extraños, decidí regresar a aquel instante donde comenzó todo, intentando deshacer el conjuro de algún modo.  Saqué mi cartera descolorida, tomé una moneda de una libra y acabé por decidirme por los M&M’s… una vez ya había comprado los Maltesers. Me senté en uno de los sillones situados a la entrada del bar y entonces sí, volví a sentirme en casa.