3 oct 2012

La vita è bella

El verano ya había acabado y no era una noche otoñal especialmente calurosa, pero me hallaba dando vueltas en la cama sin poder pegar ojo. Primero probé boca arriba, para colocar bien todas las vértebras de mi columna, pero siendo consciente de que así no me reencontraría con mi tan preciado sueño. Luego de lado, luego al otro. Finalmente acabé durmiendo boca abajo, como acostumbro,  y por suerte adoptando la postura recomendada por los médicos (hasta que cambien de opinión).

Y en mitad de este frenesí, los pensamientos existencialistas se acumularon en mi cerebro, no dejando al hipotálamo cumplir con su función. La obra que se escenificaba en mi mente tenía nombre propio, y no era otra que la necesidad humana de convivir con un problema. Creo que esta necesidad nace del asentamiento del hombre de Occidente en la rutina, donde los problemas en general, obedecen a los nimios pormenores del día a día. Pero es una creencia sin fundamento de alguien que poco entiende sobre antropología.

Es curioso como, incluso cuando nos hallamos en una época de nuestras vidas donde todo nos sonríe (un buen trabajo, una familia atenta, unos amigos cercanos,una pareja inigualable...), somos capaces de sentir esa necesidad vital de vacío, en el cual nuestra vida no responde a lo que esperamos de ella. E intentando hacer autoanálisis de lo que nos acontece, para descubrir cuál es el engranaje que falla en una vida aparente de ensueño, no somos capaces de resolver el problema que nos frena y angustia sin por qué. Finalmente el problema desaparece tal como vino, sin hacer ruido, probablemente porque siempre perteneció al mundo de las ideas de Platón (o a la propia realidad de Matrix).

Y en el momento en que aparecen los sinsabores serios es cuando nos juramos y perjuramos no volver a caer en las redes del vacío existencial, que  por otro lado muy probablemente volverá a atraparnos para dar un nuevo paso en el recorrido de nuestra existencia, sustituyendo un problema real por otro artificial y seguir así girando en el ciclo cósmico infinito de la vida. Decía Aristóteles que un hombre no podía juzgar si había sido feliz en su vida hasta una vez llegado el momento de su muerte. Entonces, haría balance de los momentos favorables y de los no tan favorables, y tendría un veredicto. Quizás en este momento de la existencia humana en la Tierra, en el que el hombre de Occidente goza de una vida privilegiada, en comparación con la de sus antepasados cuyos problemas radicaban en la propia supervivencia, nace la necesidad de fabricar problemas para llevar  a cabo susodicho cómputo aristoteliano. Porque experimentando crisis provocadas por contrariedades autofabricables podremos enfrentarlas a  aquellos momentos vividos de riqueza y opulencia.

Lo que me obliga a preguntarme: ¿ es realmente necesario jugar a fabricar problemas inexistentes? Quizás no y tal vez haya que desaprender lo aprehendido en materia de dilemas innecesarios. Los baches hay que superarlos en caso de que se crucen en nuestro camino, pero tropezar a propósito es de necios. Aunque la cantinela será la misma en ambos casos, pues levantarse será obligatorio.

La vita é bella, aunque a veces nos empeñemos en dificultárnosla. Aunque a veces ella se encargue de complicárnosla.