Un buen amigo me dijo hace no mucho, coincidiendo con mis 25 primaveras, que estábamos llegando a nuestra cima - él es de mi quinta´- y que a partir de ahora nos encaminábamos hacia un profundo y continuo deterioro. Yo le di la razón a regañadientes, como buen Tauro, pues no olvidemos que los optimistas creen que lo mejor siempre está por llegar.
Bien es cierto que el descenso es paulatino, y que el pico de la montaña se encuentra nevado durante varias decenas de metros, previo camino a su ladera, para el posterior descenso al valle, y de los caídos. Recordando este peregrinaje al que ocurre anualmente con el solsticio de verano, coincidiendo con el día de mayor luz del año. Día a partir del cual comienza el verano, que siempre brilla intenso, pero apagándose, poco a poco.
El cuarto de siglo supone el culmen de la agilidad y la forma física, de la belleza, del aprendizaje veloz y de la sexualidad. A partir de entonces, se precisa de un calentamiento previo a los partidos para evitar cualquier pinchazo, cremas antiarrugas, técnicas de memorización y quizás hasta sustituir el bromuro por la viagra, para así aguantar los asaltos en que con anterioridad el miembro viril conseguía hacer sonar la campana.
Y puedo aceptar todo esto, pero lo que realmente me entristece pensar es, que con unos años más, esta cinturita de avispa no pueda quebrar caderas a su paso con un balón en los pies. Al menos no con tanta rapidez y efectividad. Supongo que nos consolaremos al pensar que siempre nos quedará la mente (y París), que podrá seguir absorbiendo nuevos conceptos, aunque a menor ritmo sin más remedio.
Así que llegados a este momento de esplendor, donde el mundo se nos presenta a nuestros pies, dispuesto a que lo hagamos seguir rotando me pregunto:
¿Y si es éste 21 de junio, el momento de congelar las manecillas del reloj?
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