Mi caligrafía sigue siendo igual
de horrible y las líneas que escribo casi pueden verse paralelas con mucho
esfuerzo. Aprieto el puño izquierdo con el que golpeo la mesa una, dos, tres
veces. El derecho sostiene firmemente el lápiz, preparado para escribir. Cierro los ojos en un ejercicio
de reminiscencia para tratar de describir mis sensaciones al ver la graduación
de la promoción 2011-2012 en Cranfield University y así intentar explicar cómo me trasladé en el
tiempo sin moverme físicamente de aquel bar mal denominado CSA (Cranfield
Student’s Association).
En este déjà-vu me veía a mí
mismo en tercera persona, como espectador en mi propia fantasía, de pie sobre
esa misma moqueta (que seguramente no habrán limpiado tampoco para entonces),
en ese mismo bar-cafetería-discoteca-restaurante un año más tarde, absorto, contemplando
la máquina de chocolatinas de turno e intentando decidirme por comprar unos
Maltesers o unos M&M’s.
Un sinfín de sensaciones me
abordaron entonces, como miles de flashes en una milésima de segundo, instantáneas
de buenos momento vividos, de todas esas caras conocidas y de aquellas que me
habría gustado conocer un poco más. Comencé a caminar hacia dentro del bar
desde la entrada, y no reconocí a ninguno de esos estudiantes del pasado año
(que en mi déjà-vu serían las caras de los estudiantes del año 2013-2014). Me movía
a cámara lenta por el bar, les veía mover los labios, pero sólo oía su
silencio. Podía leer todas esas conversaciones sobre el año que llevaban
separados, sus nuevos trabajos, sus nuevos hogares y amigos, sus nuevas
ambiciones. Me imaginé a mí mismo hablando con mis actuales compañeros sobre nuestro presente
(nuestro futuro a día de hoy), riendo, cuchicheando y cotilleando cuales marujas
sobre todas aquellas historias de las que no nos percatamos en el año anterior.
Me sorprendí cerrando
los ojos, saboreando lo inusual de esa situación. Y progresivamente, el tiempo
volvió a correr a la misma velocidad al
mismo paso que el sonido volvía hacerse perceptible a mis oídos. Como si nada hubiese ocurrido y todo fuese producto de mi imaginación. Los allí
presentes volvieron a hablar en ese idioma que había descubierto esa nueva
faceta británica en mí a la que tanto recurro desde mi llegada a la pérfida
Albión: la sonrisa educada.
Me moví buscando alguna cara conocida con la que volver a sentirme parte de aquel todo, y no un forastero más, pero seguía
sintiéndome fuera de lugar. Como si al rompecabezas sólo le fallara una pieza y
esa pieza fuera yo. Tras permanecer un tiempo en esa sala llena de extraños, decidí regresar a aquel instante donde comenzó todo, intentando deshacer el conjuro de algún modo. Saqué mi cartera descolorida, tomé una moneda
de una libra y acabé por decidirme por los M&M’s… una vez ya había comprado los Maltesers.
Me senté en uno de los sillones situados a la entrada del bar y entonces sí, volví a sentirme en casa.